26.11.12

La fotografía y el arte conceptual



La fotografía y el arte conceptual


En una obra de arte, el grado de sentido conceptual o perceptible es siempre relativo y depende, en última instancia, del mecanismo subjetivo de elección. El punto de apoyo entre los medios y el significado – lo que Duchamp llamaba “el coeficiente del arte”[1] – es una proposición muy exigua. Tanto si la intención de un artista se expresa mediante un paradigma lingüístico como a través de la afirmación formal del medio, hay fuerzas históricas y sociales que se inmiscuyen siempre en la obra y transforman gradualmente su intencionalidad básica en una representación de uno mismo dentro de una cultura específica.

La imagen evoluciona a través de un proceso cultural que, en última instancia, está definido por la historia del arte, es decir, por el desarrollo natural de las actitudes históricas; no por la intervención de la historia mediante la teoría y la publicidad, ni por la información demográfica extraída según procesos cada vez más sofisticados de almacenamiento y reutilización, ni por la imposición de conceptos revisionistas de la historia, ni por una “historia del momento”.

En su conferencia de la American Federation of the Arts en 1957, Duchamp hizo énfasis en el hecho de que lo que se denomina como historia del arte está basado, en gran medida, por un consenso popular acerca del buen gusto, un coeficiente del que el artista puede estar consciente pero por el que no se puede hacer responsable. Los objetos tienen una significación que se basa en lo que es conocido a través de otros objetos del pasado. Si un artista emplea una fotografía como un documento con la esperanza de reconstruir una idea o deconstruir una ideología, es bastante probable que esa imagen del artista consiga entrar en un discurso sobre teoría fotográfica; lo cual ocurrirá y ha ocurrido con independencia de las intenciones declaradas por el artista.

Al conceptualista californiano John Baldessari  [imagen 1], aunque sus intensiones rara vez se expresen en términos fotográficos o del proceso de documentación, se le podría reconocer, en el fondo, como una figura influyente sobre una generación de fotógrafos llamados posmodernos. Otro californiano, Douglas Huebler, [imagen 2] quien se ha referido a la cámara como “un instrumento mudo de registrar”[2], ha afirmado y subvertido simultáneamente el papel de la documentación en su práctica artística, realizando en este proceso importantes observaciones sobre las limitaciones de la fotografía para proporcionar una visión precisa de la realidad cuando no va acompañada de una parte textual que llene el umbral visual entre la representación y el engaño.[3] Es precisamente ese umbral el que el sociólogo francés Jean Baudrillard ha encontrado más o menos irreconciliable con la realidad que existe fuera del simulacro.[4] En cuanto a Huebler, lo que implica su comentario sobre la documentación fotográfica ha sido prácticamente ignorado por los críticos fotográficos, en gran parte porque el artista se ha negado a sí mismo la etiqueta de fotógrafo.

 Lo irónico está en que una fotografía empleada por un artista como un elemento constituyente de una obra conceptual puede tener más que decir sobre la función de la fotografía de una imagen hecha por un fotógrafo. Puesto que una fotografía se define normalmente según sus propiedades materiales – y no según un concepto o un proceso genérico de transferencia luminosa – persiste la ambigüedad acerca de la situación del arte dentro del medio fotográfico. Dado el evidente eclecticismo del arte americano de finales de los años sesenta, los artistas conceptuales comenzaron  a emplear la fotografía como medio de documentar su acción o actividades, con objeto de proporcionar algún testimonio del trabajo. Este uso operativo de la documentación fotográfica empezó ligeramente con los artistas del Land Art, del arte Povera, e incluso antes con los artistas de los happenings y del grupo Fluxus.

Lo significativo de la tendencia conceptual, no obstante, consistió en que a menudo esos fotodocumentos se convirtieron en la fuente primaria para reconstruir el sentido de la obra sobre la base de su intencionalidad. La paradoja se hizo evidente cuando los conceptualistas reclamaban que la idea del arte sustituía a su percepción, como en la teoría de Noam Chomsky del aprendizaje innato. Pero, al mismo tiempo, los documentos fotográficos podían testimoniar que una obra de arte conceptual había existido en el tiempo y el espacio, como, por ejemplo, el Buried Cube de Sol LeWitt, [imagen 3] una obra del año de 1968 que describe o documenta un proceso invisible.

Otro trabajo de Robert Barry, titulado Inert Gas Series (1969), presentaba una serie de fotografías y declaraciones como prueba documental de que se había liberado en la atmósfera una determinada cantidad de gas, en un lugar y un momento concretos [imagen 3]. Aunque la fotografía actúa como un componente necesario de la obra, la serie Inert Gas trata más sobre la escultura o, más exactamente sobre una ampliación del concepto de escultura como masa desmaterializada, volumen de energía invisible, expansión molecular de ese volumen, declaración sobre la relatividad y relación contextual de todas las formas materiales con su entorno. El arte, naturalmente, no es simplemente un acontecimiento que tiene lugar en el tiempo y en el espacio, sino la intención que hay detrás de ello, la posibilidad de reconstruir una idea mental – el cerevelle de Duchamp – separada del lenguaje del mundo visible.

Las fotografías de Barry anticipan la idea de lo invisible, del hecho de que nuestro mundo está cada vez más sistematizado y, por lo tanto, depende cada vez más de emisores y receptores invisibles, de formas no visuales, en realidad. La información real de la obra de Barry – su idea estructural – descansa detrás de la imagen o, mejor dicho, a través de la imagen.

“Lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente. En ella el acontecimiento no se sobrepasa jamás para acceder a otra cosa: la fotografía remite siempre el corpus que necesito al cuerpo que veo.”[5]
 Expresado en otro sentido, las restricciones formales del arte tradicional de la fotografía no son aplicables para determinar el valor o el significado de la idea de la obra.

La estructura implícita en una obra de arte conceptual declara inadvertidamente otro conjunto de criterios que amplían o extienden el punto de vista del formalismo y están menos relacionados con el formalismo visual ligado a la modernidad tardía y más en la línea del tipo dialéctica estructural que declaraban los primeros formalistas rusos de los años veintes. En un contexto semejante, la función documental de la imagen se invierte. En un lugar funcional como ilustración de acontecimientos históricos –“la fotografía se limita a describir el envoltorio y su cometido es por tanto la forma; nos seduce por la proximidad de lo real, nos infunde la sensación de poner la verdad al alcance de los dedos”[6]–, la fotografía se inserta como un componente dentro de la estructura de la obra; su pura función documental se interrumpe por cuanto comienza a funcionar más como un referente no relacionado a su papel iconográfico.

Aunque la fotografía puede representar un acontecimiento concreto, puede a la vez proyectar otro referente que constituye la base de la intencionalidad del artista. De manera oblicua, la inversión del signo documental opera de una manera que se relaciona con los anuncios y otras formas de publicidad; pero en contraste con los anuncios, el arte conceptual no usa un producto sino una idea, a menudo un discurso dialéctico, como su referente.

Con el paso del tiempo, cada vez ha sido más frecuente el tomar la fotografía como una herramienta en la construcción de una obra de arte. Se podría distinguir entre artistas que emplean cámaras y artistas que emplean fotografías, o entre artistas que hacen fotografías y artistas que reproducen o citan a otros fotógrafos. Lo que impulsa la sensibilidad del fotógrafo hacia la imagen puede existir en un nivel de comprensión muy distinto (narrativo) de aquello que inspira las ideas y/o las ideologías deconstructivas de los artistas conceptuales[7].

La documentación fotográfica en relación con el arte conceptual puede funcionar como un proceso calculado, que emana de un sistema de percepción ó como un ritual lleno de carga emocional. Hay algunas diferencias fundamentales entre la orientación de los artistas conceptuales, que tratan con sistemas e ideas, y la de los fotógrafos, que pueden tender a insistir más en la visualización de una idea como modo primario de representación.

Lo que hace funcionar conceptualmente una afirmación o una idea dentro de un contexto artístico, se­­­­­ basa en la materialización de lo que puede desprenderse del mundo de acción cotidiano y recontextualizarse en forma de documentación. Al igual que sucede con las otras fotografías, las empleadas como documentos en el arte conceptual son significantes visuales. En contraste con las fotografías pictóricas, los fotodocumentos usados por los artistas conceptuales operan contextualmente, dirigiendo la información hacia una realidad invisible e ideológica; en otras palabras, contribuyen a un sistema de comunicaciones operativo.

La fotografía en el arte conceptual se convierte en el reverso de un signo por su capacidad de funcionar a la vez dentro y más allá de las limitaciones estructurales de su capacidad documental. Existe en referencia una idea, que permanece, en el mejor de los casos, como la encarnación del pensamiento y la acción humanas.


 BALDESSARI, John. Fountain Sculpture And Head (With Nose And Ears), 2006, fotografía digital pintada con acrilico, 137 x 109.7 cm.




 HUEBLER, Douglas. Duration piece #11, 1969, gelatina de plata, 18.8 x 21. 3 cm.






BARRY, Robert. Inert Gas Series, 1969, fotografías a color, tamaño real desconocido.




Referencias

BARTHES, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós, 1989.

BATTCOCK, Gregory. The New Art. Nueva York: Dutton, 1966.

BAUDRILLARD, Jean. Simulations. Nueva York: Semiotex, 1983.

FONTCUBERTA, Joan. El beso de Judas. Fotografía y verdad. Barcelona: Ed.
Gustavo Gili, 1997.

MORGAN, Robert C. Conceptual Art: An American Perspective. N.C.: McFarland, 1994.





[1] Marcel Duchamp, “The creative act”, en: BATTCOCK, Gregory. The New Art. Nueva York: Dutton, 1966, p. 46.
[2] MORGAN, Robert C. Conceptual Art: An American Perspective. N.C.: McFarland, 1994, p. 61.
[3] Ídem.
[4] BAUDRILLARD, Jean. Simulations. Nueva York: Semiotex, 1983, p. 79.
[5]BARTHES, Roland. La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Paidós, 1989, p. 31.
[6] FONTCUBERTA, Joan. El beso de Judas. Fotografía y verdad. Barcelona: Ed. Gustavo Gili, 1997, p.142.
[7] Estoy empleando el término “conceptuales” para referirme a los artistas que extraen una imagen como método de investigación conceptual a través de una proposición lingüística.